Son las tres de la mañana y la farmacia está de turno. De un flete
se baja un chico en cueros con algo incrustado al pecho, se acerca a la
mirilla y pide una aguja quirúrgica. Mientras tanto, en la cabina del
camión uno de sus amigos espera con un puntazo en el costado. El
farmacéutico se asusta, no entiende y le trae una jeringa para picarse.
Esta escena es una de las tantas que los protagonistas de “Okupas”
tuvieron que repetir por motivos similares en otras farmacias, con otros
despachantes igualmente sorprendidos. A Bruno Stagnaro, el director, le
gusta meterse tanto en la realidad, que a veces la gente se confunde.
Filmar, como el voyeurismo, tiene sus inconvenientes, y en la situación
protagonizada por Ariel Staltari (Walter en la ficción) se vivencian los
límites: “Tuvimos una escena medio áspera en el capítulo que llevamos a El
Pollo herido en el flete y lo tenemos que coser. Me bajo, en cueros, a
comprar una aguja quirúrgica en una farmacia y tenía el micrófono pegado
al pecho porque la toma era de espaldas. Cuando le pido al farmacéutico
una aguja, el tipo me vio así, con una cosa pegada, se asustó, pensó que
yo era un chabón loco recién escapado de una clínica con el suero
colgando, y me trajo una jeringa pensando que era para picarme. Cuando le
dijimos que estábamos filmando, fue peor; se puso de la cabeza porque lo
habíamos filmado dándole una aguja a un adicto”.
Ahora bien, si se
acepta que Pizza, birra, faso de Bruno Stagnaro y Adrián Caetano participa
de la tradición que Alan Pauls llamó “de las óperas primas disruptivas”,
una genealogía que une Crónica de un niño solo de Leonardo Favio con Los
cuatrocientos golpes de Truffaut, sobre todo por esa manera de irrumpir
ignorando el imaginario del gusto cinematográfico de la clase media (es
decir, el “buen” gusto), es posible extender esta marca de estilo al debut
de Stagnaro en la televisión. “Okupas”, la serie producida por Ideas del
Sur que se transmite los miércoles a las 23 por Canal 7, está bajo su
dirección y su nombre también figura en el guión junto con el de Alberto
Muñoz y Esther Feldman. No es ocioso trazar una línea que una la película
con la serie, poniendo en evidencia puntos en común, que van desde lo más
evidente hasta otros asuntos que no lo son tanto. Por un lado, un director
debutante que se rodea de caras desconocidas para los papeles principales
(excepto el protagónico de Rodrigo de la Serna, que tampoco es un actor de
renombre). En su momento, nadie sabía quiénes eran los actores de Pizza...
hasta que algunos pasaron a una cuasifama en actuaciones televisivas,
siempre muy ligadas a sus personajes en la película (El Cordobés siguió
haciendo de tal en “Campeones”). Hoy, en “Okupas”, los personajes de
Ricardo (Rodrigo de la Serna), El Pollo (Diego Alonso), Walter (Ariel
Staltari) y El Chiqui (Franco Tirri) arrancan con ventaja porque la tele
es la tele y pasan de un amateurismo total, en cuanto a actuación, a ser
actores reconocibles (aunque de la manera particular que, como se verá
luego, tiene Stagnaro de hacer saltar a la “fama” a los debutantes). Las
caras desconocidas son solidarias con cierto modo de filmar: en la calle,
con sonido ambiente, mezclándose rabiosamente con lo que pasa y con los
que pasan. Caras ignotas en el medio televisivo pero altamente
reconocibles en los lugares que transitan y por los lugareños que los
miran. Como uno más, como un nexo entre la realidad y la ficción que se
desliza, aparentemente, sin problemas.
Franco Tirri, Rodrigo de la
Serna, Diego Alonso |
HACERSE LA PELICULA “Okupas” es la
historia de un chico de clase media y tres eventuales amigos de otra
clase. Baja, se puede decir. Marginal, tal vez. El punto de unión es una
casa desocupada y la tentación irresistible del personaje de Ricardo por
vivir experiencias nuevas, ajenas a su mundo. Por eso, “Okupas” es por lo
menos dos cosas al mismo tiempo: la historia de iniciación de Ricardo,
para lo cual “el descenso” a un ambiente lumpen y malandra es necesario; y,
otra vez, como en Pizza..., una historia de amigos, de lealtades y de
amor.
Los once capítulos que se verán hasta fines de diciembre están
pensados como unitarios que comulgan con una misma trama. Historias que se
recortan sobre el telón de fondo de la ciudad, que no es otra que Buenos
Aires, particularmente el barrio de Congreso. Sin embargo, la ciudad de
todos los días y de todas las noches es un anclaje leve, si de reconocer
lugares se trata. La urbe participa, entonces, junto a las historias que
se cuentan, como un reaseguro del verosímil realista, al que Stagnaro está
jugado a introducir en la televisión. Y éste es el punto más alto de la
serie: los modos de construcción de lo real. No basta con meter nuevos
temas, tampoco es suficiente contar nuevas historias o poner en primer
plano una estética de la postergación y la marginalidad. Lo importante es
el lenguaje (técnico y discursivo) que se elija para hacerlo, con guiones
que reconstruyan un habla de la calle y distingan procedencia y tópicos de
los personajes, sabiendo conjurar el estigma de los guiones inverosímiles.
Con la elección de itinerarios atinados cuando se trata de robar, de
comprar droga, de visitar a los parientes clasemedieros. Con un director
que no imagine historias falsas al caer en esas dos tentaciones que
advertía Borges al referirse a la construcción de las gentes de las
orillas: “La una: el malevo no es tal malevo, sino un pobre hombre
nobilísimo de cuyas fechorías es culpable la sociedad. La otra: magnificar
las atracciones diabólicas de su historia y demorarse con algún deleite en
lo atroz”. Con una cámara aviesa que siga de cerca y corra los mismos
riesgos que la imagen que está grabando. Por fin, que la ilusión de
realidad esconda de la mejor manera al artificio montado para lograrla.
A esto se le suma lo que se encuentra siempre, en el otro lado de la
construcción de cualquier estética: la recepción. En el caso del realismo,
como en ninguna otra, pareciera ser que tiene la obligación de convencer a
todos. Sin embargo, puesto a narrar ciertas zonas de lo social se pueden
citar algunos casos en los cuales el discurso marginal estuvo apreciado
por un público ajeno a ese mundo. Las tumbas de Enrique Medina, Kids de
Larry Clark (prohibida para menores, calificación que prohibía a sus
propios protagonistas, chicos de 11 o 12 años, ir al cine a ver su
trabajo) o Las noches salvajes de Cyril Collard (que arrasaba en Cannes
cuando el mismo Collard ya había muerto a causa del sida), por mencionar
ejemplos al azar de diversa índole, no tuvieron mayoritariamente en su
público a “los iguales” de los personajes ficcionales. Seguramente, se
dirá, que los mecanismos de circulación del cine y la literatura son otros
y para otros. Pero, nuevamente puede ser que las recomendaciones borgeanas
hayan sido eficaces y, como en el cuento “El evangelio según Mateo”, los
Cutres, familia hospitalaria que alberga al pasajero, se entusiasman menos
con la lectura de Don Segundo Sombra, por ser tediosamente similar a sus
vidas, que con la narración de la crucifixión de Cristo, al punto de hacer
lo mismo con el visitante.
En el caso de “Okupas”, al estar al aire en
un medio tan masivo como es la televisión, ayuda mucho para que el público
se amplíe. Estar en Canal 7 colabora poco con las mediciones de rating,
pero parece ser que es un espacio en el cual se puede dar “otra
televisión”: no tan dependiente de los números y que, dentro de otro
género, alberga el caso “Todo x 2$” (coincidentemente, de la misma
productora: la de Marcelo Tinelli). Sin embargo, el punto central es que
la franja se extiende y el programa convence. Eso sí, a cada quien a su
modo.
 Ariel Staltari |
VERDADERO O FALSO Imaginar que Bruno
Stagnaro se sorprendió con el llamado de Tinelli para proponerle hacer
algo en televisión, después de haber visto Pizza, birra, faso, pertenece,
una vez más, al orden de la ficción: “No fue una sorpresa porque yo había
tenido unas reuniones con ClaudioVillarruel. Mi primer contacto con Ideas
del Sur fue cuando necesitábamos plata para terminar Pizza... y mandamos
faxes a todos lados pidiendo guita”, explica Stagnaro, y agrega que
Tinelli quería hacer algo que tuviera mucha “realidad”. Menos interesado
en la temática de los ocupantes ilegales que en contar una historia del
barrio de Congreso, que define como “barrio de laburantes de día y medio
sórdido de noche”, no participa de la idea de que su programa quiera
mostrar lo feo por sí mismo y considera que el tema de la marginalidad es
totalmente secundario: “Sería hipócrita de mi parte decir que estamos
haciendo esto para concientizar a alguien. Me interesa que la historia de
los cuatro pibes sea creíble. Y para eso trabajo con las distintas capas
de la acción, que pasen muchas cosas al mismo tiempo y que no sea algo
chato. Evito caer en posturas falsas e impostaciones que responden más a
una necesidad de trama y hacen perder el verosímil. Si tengo que mostrar
cosas que no son tan lindas, es otro tema”.
Para quienes eso sí fue un
tema, fue para los que viven en casas tomadas y se resintieron con la
marginalidad de la tira. En una nota publicada el domingo pasado en
Página/12, aunque aceptan que es ficción, se quejan por la imagen de los
que viven en las casas ocupadas que deja el programa en la gente. Puesto
que, indignados con la generalización, oponen su versión particular del
asunto. Quizá mucho más atentos al poder de difusión que tiene la
televisión que a la historia en sí, también llegaron los reclamos por
parte de propietarios e inquilinos de Quilmes y de Dock Sud, con el mismo
argumento o uno similar: “¡Cómo nos hacen quedar!”.
Porque si de
historia se trata, es verdad que el tema de las casas tomadas no está bien
contado en “Okupas”. Mejor dicho: no está ni siquiera contado. Es una
mirada sesgada, un pretexto que no contempla la totalidad, ni otras
parcialidades. De la misma manera que no atiende a los muchos honestos que
viven en casas ocupadas por una cuestión de supervivencia, tampoco tiene
en cuenta el fenómeno ideológico y artístico, que se da en algunos lugares
de Buenos Aires, inspirado en las experiencias de Alemania, Amsterdam y
Milán. En todo caso, sería como señalar que el cine inglés no abarca la
heterogeneidad de los squatts londinenses, donde conviven familias,
desempleados, extranjeros, estudiantes y una lista larga de variantes.
Prefieren, en cambio, okupas que sean, en su mayoría, drogones y
marginales. Que también están.
A la ira de los ocupantes ilegales de
verdad se le sumó el grito en el cielo de los oportunistas de la moral,
quienes levantaron el dedo en algún medio y acusaron al programa de
apología del delito. “Yo creo que el tema de la apología no tiene nada que
ver”, dice uno de los protagonistas. “Nosotros mostramos lo que es
drogarse y también las consecuencias. No es que salimos todos de fiesta y
la pasamos bomba. Mostramos la realidad. No es apología de la droga”. Otro
remarca: “Creo que en el programa se mostraron cosas fuertes. Hay gente
que no puede ver ciertas cosas porque se angustia. Pero son cosas que
pasan todos los días, todo el tiempo”. Para concluir: “A mí me parece
bárbaro que se plantee este tipo de temas. Lo que no entiendo es por qué
se tuvo que esperar a ‘Okupas’. Lo podrían haber discutido mucho
antes”.

MAS REAL QUE LO REAL En el caso del
programa es indiscutible que la ficción tomó cuerpo de tal manera que
superó a “esa realidad” que se estaba buscando. Así es que ciertos
sectores, que parecen verse reflejados en las andanzas de estos ocupantes,
no son tan fáciles de convencer de que todo lo que se asemeja a la
realidad es pura ficción: “Una vez, después del capítulo tres, que tiene
una escena en la que vamos a comprar cocaína a Quilmes y tomamos, fui a
bailar y se me acercaron un par de flacos pidiéndome merca. Se puso
pesado: me decían que le diera, que no me haga el boludo. Otros me decían
que nos habían cagado y que por qué íbamos aQuilmes, si por esa zona había
buena y barata. Otro me pidió que le haga el rolinga, ese bailecito que
hice en la ficción y que es típico de los fanáticos de los Rolling Stones.
Me volvió loco toda la noche”, recuerda con cierta sorpresa Ariel
Staltari, que hace de Walter en la serie. En su verdadera piel, este
fanático de Boca fue a festejar el campeonato al Obelisco: “Yo venía de
verlo en el Hilton y uno me reconoció y me dijo: “Aguante ‘Okupas’ que
muestra la verdad, vamo’ a matar a los putos de ‘Verano del 98’”. Después
se puso un poco pesado el ambiente y me fui”. Tirri ha pasado las suyas
también: “El otro día en la Feria de Mataderos me agarró un tipo, me
empezó a hablar de El Chiqui y me estaba apretando para sacarme plata. Me
decía que tenía un montón de historias, que había salido de la cárcel.
Mientras yo pensaba Tendrás un montón de historias, pero tenerte a vos en
un set es un bardo. Pasa mucho con algunos pibes que confunden la ficción
con la realidad”.
También Diego Alonso tiene la suya y no puede
ocultar la alegría cuando empezó a notar que su personaje se había
instalado en la gente: “Me preguntan cómo es El Pollo, porque el pibe es
muy calladito, muy de mirar. Es el que está más curtido. Además, “Pollos”
hay en todos los barrios. Creo que el personaje está bien elaborado. No
sólo por parte mía, sino desde el guión”. Algunos están tan compenetrados
con la historia que Alonso ha recibido unas sugestivas sugerencias.
Después del capítulo “El mascapito” (una broma popular en ambientes
pesados que juega con el doble sentido de la expresión: la fama de ser el
más capo y el oprobio de obscenidad), en el que el negro Pablo y sus
secuaces quieren violar a Ricardo, lo pararon y le dijeron: Al negro ese
lo tenés que matar. “Mirá, cómo es la gente de mala”, dice Alonso. Por su
parte, mascapito ya se escucha en muchos ambientes y es uno de los saludos
que reciben los actores, sobre todo Rodrigo de la Serna.
FAMA Cuando Rodrigo de la
Serna, actor experimentado en el metier televisivo, les dijo a sus
compañeros: “Esperen un capítulo más y nos saludan a todos”, tal vez no le
hayan prestado suficiente atención. Sin embargo, algo pasó: “Nos filmaban
con cámaras desde una camioneta y al principio lo paraban a Rodrigo, lo
saludaban y teníamos que parar la filmación. A partir del capítulo 3 o 4
nos empezaron a parar a todos y estábamos en el medio de un diálogo cuando
se metía uno, nos agarraba y nos cagaba toda la escena”, cuenta Franco
Tirri, que en la serie hace de El Chiqui.
La profecía de De la Serna se
había cumplido implacablemente: todos coinciden en que en general son
felicitaciones y se la pasan diciendo gracias todo el tiempo. Y el asunto
es verificable. Siguiéndolos en un raíd de filmación de tres días, entre
apuros, celulares que suenan para saber por dónde anda tal y cual y con un
plan de filmación cambiante como el tiempo, los actores reciben palmadas
de señores de traje, consejos de mujeres preocupadas (como las amigas de
la mamá de Rodrigo de la Serna, a la que llamaron luego del capítulo en el
que personaje casi es violado para preguntar cómo estaba), sonrisas de
niños que preguntan si el programa es “el del Pollo” y mucho, pero mucho,
del que parece ser su “verdadero público”. Según Tirri: “La gente pone
mucho el acento en la marginalidad y el lumpenaje, pero si te fijás bien
en nosotros cuatro no es así. En el capítulo que aparece Clara (el
personaje que interpreta Ana Celentano, la prima de Ricardo y dueña de la
casa) estaba todo ordenado, yo estaba cocinando y El Pollo hacía una
instalación de luz, todas características que no son demasiado marginales,
¿no? Además, El Pollo se quiere recuperar de esa historia de droga y
choreo. Si te fijás, siempre está haciendo algo para ver si sale de una
buena vez. Pero la gente se fija en que se fumó un porro o si anda
calzado”.
¿SON O SE HACEN? Es tentador
preguntarse si los actores componen un papel o son así en la vida real. En
este último caso, seguir indagando sobre la eficacia de la ficción. El
trabajo con actores no profesionales es, como se dijo, un sello marca
Stagnaro y las formas por las que se hacen conocidos los debutantes son
bastante heterodoxas y tensan al límite la delgada frontera entre la
ficción y la realidad que el director propone. Es cierto que reclutar
“soldados rasos” es cómodo para el tipo de filmación que realiza. Y
también que le gusta elegir sus propias caras para componer los
personajes: “Si un actor es bueno, también puede hacer cualquier papel y
parecer creíble. Por otro lado, las caras nuevas refuerzan la idea de que
este trabajo es como una hoja en blanco que se va llenando”, comenta Bruno
Stagnaro, que no gusta de pontificar sobre nada y que está aprendiendo, a
fuerza de retrasos y corridas, que los tiempos del cine no son los de la
televisión. Pero que repetir muchas veces una escena es una manera de
acercarse a lo que está buscando: “Yo sé que no es muy televisivo eso de
repetir, pero a veces sufro porque estoy filmando y esperando que algo
aparezca en el cuadro, pero que no sé muy bien qué es”. Sobre el que no
hay dudas en términos actorales y que mejor resiste el método Stagnaro es
el Perro: “Severino es el mejor actor. Si tiene que repetir la toma veinte
veces, las veinte las hace bien”, se encargan de aclarar sus compañeros de
set. Franco Tirri es la primera vez que trabaja en actuación: “Hice teatro
hace diez años atrás con Norman Briski, pero mi relación viene por el lado
de Matías Stagnaro, que es el asistente de dirección. Éramos compañeros en
la Universidad del Cine”. Para componer el personaje de El Chiqui, tomó
algunas cosas suyas y otras no tanto: “Hay algunas cosas que son mías,
como el cuelgue. Pero están exageradas adrede. Además, en algunos momentos
Bruno me indica el plano, una línea de diálogo y me deja mandar fruta.
Pero no tenía ni idea del mundo de los ocupantes ilegales y de tantas
cosas. Mi personaje sabe cocinar y yo no tengo ni idea de eso. Ahora
aprendí algunas cosas que me enseñó mi viejo. En el capítulo que mi
personaje cultiva una plantita de marihuana, no sabía ni cómo se germina
esa plantita. El que hizo la botánica es Diego (El Pollo)”. Por su parte,
Diego Alonso, además de “horticultor” y heladero, sabe ver la actuación
detrás de cámara, estudia dirección y está haciendo un corto: “Mi
personaje es toda construcción. No es un personaje muy difícil: es más
poner la cara, mirar y decir poco”. Más evidente es el caso de Ariel
Staltari, que estudió unos meses con Lito Cruz y éste es su primer trabajo
de actuación: “En realidad es todo actuación. De Walter tengo la cara y mi
manera de hablar porque mi personaje es un tarado: es un pibe muy
rompebolas, muy cancherito, está todo el día agitando y no es mi estilo.
En cierta medida es muy desagradecido. No tenía ni brújula, ahora está ahí
en la casa y sigue sin agradecer”. Por el contrario, De la Serna, el actor
profesional, es el que menos distancia encuentra entre él y su personaje:
“Somos de la misma clase social y tenemos las mismas dudas. Por suerte
tengo una vocación y trabajo de eso, si no estaría tan perdido como
Ricardo”.
Es todo noche en Buenos Aires. La segunda etapa de un día
larguísimo de filmación está por empezar, una vez que se termine la hora
de la comida que se improvisa en una de las veredas de Plaza Houssay y que
Bruno Stagnaro aprovecha para conversar con la prensa. Está cansado. Es
nuevo para él esto de tener que dar reportajes: “Veo mi futuro más en el
cine que en la televisión. Me parece marketinero hablar de nuevo cine
argentino, todos estamos empezando y yo, por ejemplo, todavía no tengo
trabajo realizado para decir ésta es mi mirada, éste es mi cine. Me da
cagazo ver cómo termina ‘Okupas’ porque se me van agotando los tiempos y
no puedo escribir los guiones que quiero. En cine tenés más tiempo para
llegar al punto de convencimiento con la historia y los personajes. Aunque
forma parte de las reglas del juego y estoy aprendiendo a ser
másefectivo”. Interrumpe la conversación un grupo de mujeres que
preguntan: “¿Qué es?, ¿Qué están haciendo?”. Stagnaro responde: “‘Okupas’
para Canal 7”. “¿Podemos actuar? Queremos salir en la tele”, se
entusiasman las mujeres. Señalando hacia ninguna parte, Bruno responde:
“Hablen con el director, está por allá”.
arriba