Sobre "COLISIONES"


"Colisiones" recoge, fundamentalmente, reflexiones que atienden con justeza no exenta de benevolencia a libros y escritores, en su mayor parte, aunque no desdeña una breve incursión por el mundo del cine; reportajes; escritos publicados con motivo de las ya múltiples Ferias del Libro y una generosa miscelánea.

De esa batalla que todo crítico libra con un texto, sale airoso el autor en más de una ocasión. Por sobre todo cuando busca desbrozar comarcas literarias a veces rechazadas por los "bienpensantes". Así ocurre con Charles Bukowski, o Louis-Ferdinand Céline, de los cuales el escritor se declara admirador (y quizá discípulo). Como en todo acercamiento de este tipo, la calidad y extensión de los artículos son diversos y en gran parte su factura habrá dependido del medio para el que fueron escritos.

María Esther de Miguel, LA NACIÓN, Buenos Aires,13-I-1985


Desde Las tumbas, 1972, hasta Con el trapo en la boca, 1983, Enrique Medina ha construido una de las líneas más vigorosas y duras de la actual narrativa argentina, quizá porque toda literatura que se respete (desde los viejos días de Petronio y Rabelais) ha estado siempre muy cerca de cierto tremendismo existencial y de un rescate ético y artístico que no se amilanaba frente a la peligrosa tarea de hurgar letrinas, padecer hedores y señalar, en definitiva, las fragilidades y luminosas grandezas de la condición humana. Esto lo supieron muy bien Céline, Musil, Beckett, Sartre, Genet, Miller, Arlt, Adamov, Baldwin, Burroughs, Bukowski y algunos otros moralistas a contrapelo (a pesar de los castrados que marcan las franquicias y los límites de la moral "tolerable"), y también lo padeció Medina, inclusive al precio de ver prohibidos sus libros, sin olvidar los que fueron asépticamente calificados como de "exhibición limitada" y "venta restringida".

Dentro de la producción del autor, Colisiones ocupa un lugar indudablemente distinto, aunque no menos sugestivo por las materias que aborda: la censura, el miedo de los escritores, la represión, el sentido de la literatura, el desarrollo de la propia obra, el juicio sobre la obra de los otros, etcétera.

Se trata, en este caso, de la recopilación de una cuarentena de textos críticos aparecidos entre 1977 y 1983, en el país y en el exterior, y si bien Medina, seguramente, interesará más como narrador que como crítico (en esta suerte de escalafón de las "especialidades" literarias), sus prosas periodísticas ofrecen muchas veces la sinceridad, la fuerza y el rigor desmitificador de sus mejores relatos. Además de los "Trópicos", Miller ha dejado textos como "Big Sur" y "Los libros en mi vida", que sirven menos para comprender las peripecias de su formación literaria que para prolongar, por otros carriles, el asombro o el desasosiego que provoca su obra, y algo similar ocurre con los momentos más logrados de Colisiones.

A través de su reivindicación de la marginalidad, de su exploración de la problemática de la abyección y de sus rescates de escritores "malditos" –malditos por su actitud vital, como Charles Bukowski, o malditos por su actitud intelectual revulsiva, como los hermanos Lamborghini - , Medina aborda fundamentalmente la vieja cuestión de fundamentar y defender una ética general que no se ampara en las hipocresías y tartufismos de la "elusión" estética, una ética que destapa con empeñoso entusiasmo los tachos de basura que es menester descubrir, y que se complace (inclusive apologéticamente) con esta faena indispensable para la salud de la moral social, porque la "buena literatura", en definitiva, como apunta el autor en uno de sus textos, es "ácida, perturbadora, molesta para las buenas costumbres, pero definitivamente positiva para el progreso humano".

De ahí la elección de ciertos lúcidos buceadores de la condición humana, que han hecho a la vez estimable literatura, como Bukowski, Arlt, Céline, Kordon o Miller, y de ahí también la falta de hipocresía con que se interna en el examen de los "miedos" que asedian al escritor, o la tendencia a privilegiar a las literaturas que operan como hermenéuticas implacables de la conciencia privada, y convierten a lo imaginario en una zona de auténtico desnudamiento. De ahí el puente que se tiende entre estas reivindicaciones de lo literario y esas sagas de "perdedores" que estallan en su propia basura, o que se empeñan en sostener que la vida, en el fondo, no es absurda, sino difícil y con frecuencia triste.

Jorge B. Rivera, TIEMPO ARGENTINO, Buenos Aires, 9-XII-1984


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