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Sobre "EL DUKE" Fueron diez años de ignominia. El miedo era uno más en cada mesa. Las sirenas del terror trizaban la noche en esquirlas de espanto. La ciudad entenebrecida por el miedo y agobiada por la tristeza asistía inerme al espectáculo de la locura macabra. Fueron diez años de ignominia. Muchos habrán de escribir sobre todo eso. Lo grotesco y lo espantoso. Pero Enrique Medina, en el centro del vórtice lúgubre, publicó El Duke. Dijo su palabra en carne viva en plena dictadura. Cuando el precio a osadías tales podía ser la tortura o la muerte. Hacía falta tener mucho valor. Y Medina lo tuvo. Por ello, y no sólo por ello, El Duke –novela que hoy al releerla vuelve a estremecerme- y Enrique Medina, un autor ineludible, se inscriben junto a lo más significativo de la literatura testimonial latinoamericana. Geno Díaz, Buenos Aires, Marzo de 1984 Entre esta nueva novela de Medina y algunas de sus anteriores narraciones, se hace visible una constante que se da no tanto en la temática como en el clima de excitado realismo que envuelve a los hechos a través de los cuales el hombre lucha a ciegas con la fatalidad o el destino. Cabe señalar que Medina se siente más inclinado a desentrañar la verdad oculta en las cosas mínimas, que a exaltar fingidas grandezas. Y que no edifica héroes para luego demolerlos, regodearse en la visión de su caída. Sería un procedimiento cruel, reñido con su solidaria frecuentación de lo humilde, de lo condenado a diluirse en su propia opacidad. Lo cruel está en todo lo que depara una existencia oscura y desvalida; la de unos personajes fondeados en ámbitos sombríos, en patente o latente estado de disgregación. Son casi siempre seres marginados que procuran emerger a la vida sobre el filo de desdichadas experiencias y con el lastre de atroces pasados. No pueden asumirse sino en función de su propia insignificancia. A lo sumo les está permitido alcanzar una gloria efímera, como ese boxeador –El Duke- que Medina ha moldeado de manera convincente. Surgido de la nada, no tarda en volver a la nada tras haber sido aclamado como ídolo de fervorosas multitudes. Pero Medina plantea o insinúa algo más; de lo contrario, las cinematográficas irrupciones de un extraño clan dedicado a cometer toda suerte de fechorías, quedaría como un hecho gratuito. Entre esos malhechores figura también El Duke, dando motivo así a una relación de circunstancias que avalan la sospecha de que Medina escogió a un boxeador porque el puño enardecido, descargando su furia sobre un rostro, adquiere la categoría de un símbolo: la violencia que se instala en la novela y la proyecta al plano universal. Medina utiliza, aunque esquemáticamente, los elementos necesarios para dar la medida de la realidad que explora por fuera (siguiendo el curso de los hechos) y por dentro, dejando que el propio protagonista se convierta en el relator de sí mismo, entregado a un largo monólogo interior que le permite llegar rápidamente, por los atajos de una escritura libre o automática, a los numerosos episodios de su vida pasada. LA NACIÓN, Buenos Aires, 9-I-1977 |
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