Sobre "EL SECRETO"


Enrique Medina emplea la forma del relato estricto, esto es, aquel en el que todo lo que se cuenta ha pasado ya; forma tradicional que se opone a la de la ficción, en la que los hechos se desarrollan contemporáneamente a la lectura. Eso y el carácter de la protagonista-narradora le permiten una estimable fluidez dentro del tono conversacional, cotidiano, sin que las circunstancias y los motivos se superpongan, por opuestos que parezcan entre sí.

Pero, dentro de la perseverante obra general del autor, la novela ofrece otras características destacables. Abandonando los ambientes y los seres marginales y aun la tensión de casi todos sus libros anteriores, Medina se ocupa ahora de un personaje femenino de clase media y refleja, sin pretender describirlos, los disímiles y numerosos medios en que ese personaje va desarrollando su movida existencia como hija, amante y madre, como graduada universitaria y fundadora de bibliotecas populares, como miembro de clubes y sociedades varias, como docente y asalariada. La novela incluye, también, un moderado suspenso que, si por último no se satisface, añade interés a la lectura.

Con una expresión que se utiliza a menudo, cabe decir que El secreto es una historia de vida, el relato de una vida no excepcional, pero intransferible. Puede pensarse que abunda en incidentes, que la actividad de la protagonista no tiene punto de reposo; pero esa demasía es tal vez sólo aparente: ha de tenerse en cuenta que el personaje resume la sucesión de muchos años y junto con sus convicciones y sensaciones, experiencias quizá no significantes desde una óptica ajena (aunque tampoco anodinas), pero sí significantes dentro del panorama de su propio desarrollo.

El Secreto alcanza así la calidad de un intencionado retrato de mujer: una mujer celosa de su libertad personal y tan celosa de su individualidad que si por una parte se niega con decisión a pertenecer, por la otra, con ecuanimidad, tampoco aspira a poseer. Ella quiere vivir con plenitud lo dado, lo que es. Y si esa determinación de ser cabalmente ella misma incluye la conciencia de la inevitable soledad final y esta conciencia la lleva –aunque sólo por un instante- a la reflexión proyectiva y amarga, no por esto es menos generosa en su relación con el otro. Da pero nunca se somete, como no sea voluntariamente; también rechaza, desde luego, pero sin rencor.

La novela, como siempre en el autor, incluye una visión desprejuiciada, total y cruda, del sexo, lo que supone una pareja crudeza del lenguaje. Medina rechaza las medias tintas, descree en la eficacia del claroscuro. Pero al respecto sus lectores saben ya bien a qué atenerse.

Carlos Alberto Gómez, LA NACIÓN, 11-VI-1989


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