Sobre "LA ESPERA INFINITA"


Desde Las tumbas (1972), su primera novela, Enrique Medina se reveló como un escritor cuestionador y frontal, dueño de un lenguaje descarnado con el que retrató personajes marginados de esta ciudad que fagocita ilusiones y esperanzas. En La espera infinita es nuevamente la urbe porteña el escenario de las andanzas del protagonista, el Tipo, un hombre perseguido por sus obsesiones, sus recuerdos y sus frustraciones cotidianas.

El Tipo puede ser cualquiera de los habitantes de la gran ciudad. Es un solitario a ultranza que siempre deseó llegar a ser un pintor exitoso. Pero la vida, su vida, lo acorraló a cada instante. Militante político en la década del setenta, fracasado como marido y como padre, hoy lucha contra el alcohol y la abulia de tertulias de café, y encuentra desahogo en los chistes populares o espiando a sus vecinas desde la ventana de su departamento. El Tipo es un perdedor en un Buenos Aires convertido en jungla de cemento. Amigos ganados por el cinismo, ex amantes que son recuerdos marcados a fuego y una hermana que no logra comprender su particular forma de transitar la existencia lo rodean como fantasmas codiciosos de cerrarle el camino. Mientras tanto, el Tipo no halla sentido a su propia vida y se refugia en el caparazón de su tristeza.

Como en toda su novelística, en La espera infinita Enrique Medina retrata con lucidez personajes de honda carnadura dramática y se apoya en un lenguaje que puede ser suave pero que, casi siempre, refleja con un oído infalible los giros y la dureza de las palabras cotidianas impregnadas de un altisonante vocabulario.

La obra combina a veces lo sórdido con pinceladas esperanzadoras, tal como uno podría imaginar la vida de quienes transitan todos los días a nuestro lado. Y como Medina no le teme a la dureza de la verdad, en La espera infinita retoma esa mirada crítica y desencantada que recorre toda su obra y que desnuda, en esta novela, el sufrimiento de la marginación y el camino sin retorno de una vida vacía, con ausencias imposibles de llenar.

Adolfo C. Martínez, LA NACIÓN, 23-IX-2001


 

A partir de Las Tumbas, Enrique Medina se presentó como un novelista atípico dentro del panorama de nuestra literatura. Sus más de 20 libros publicados, que van desde el cuento hasta el teatro infantil, pasando por el ensayo y hasta la búsqueda de una voz femenina que equilibrara su discurso narrativo propuesto desde la masculinidad marginal, no ha parado de sorprender con una andanada de títulos que pueden unificarse en un asumido concepto de violencia. Las Hienas, Las Muecas del Miedo, Perros de la Noche, Strip-Tease, Con el Trapo en la Boca, Los Asesinos, son muestra de ello. Pero a partir de un interregno de siete años que se tomó para escribir su obra fundamental: “El Escritor, el Amor y la Muerte” (novela que, al igual que lo sucedido con el “Adán Buenosayres” de Marechal en su tiempo, fue ignorada por los medios y la crítica debido a que el autor impiadosamente despedazó instituciones, creencias y fetiches del stablishmen político-cultural), su escritura adquiere  resonancias diferentes y sustanciales que la hacen tersa sin mudar temática y prolija sin caer en concesiones ni convencionalismos. Y sin que por ello se debilite la franqueza de su cuestionamiento existencial del mundo en el que vivimos y morimos.

 

En La Espera Infinita, su última novela, sutil y sin estridencias, Medina ahonda en la vida de un clásico personaje porteño al que se siente consubstanciado por origen, frustraciones y esperanzas. “El Tipo” no es ni más ni menos que el representante medio del argentino que ha puesto todos sus anhelos en juego, perdiendo la partida.

 

El Tipo(¿el autor?), disfraza hábilmente las miserias humanas bajo el velo melodramático de su propia tristeza, y se muestra como un ser invulnerable, incapaz de infectarse con la vida de quienes lo rodean, superado, cínico, realista, fatal. El Tipo de Medina es tanguero, allí están sus raíces.

 

Los chistes populares, los personajes de barrio, el decorado porteño y los acontecimientos cotidianos son el fondo de la historia del Tipo, al que el autor agarra en el período de la nostalgia, del balance, del dolor no perdonado, que es justamente cuando la espera se hace infinita, por más que el Tipo se entusiasme y engañe con vecinas a las que sólo logra apresar con su camarita de video.

 

Fracasado, solo y mitómano, sobrevive, avanza y retrocede junto a otros seres que como él apenas son fantasmas de una existencia vacía, en la que se chocan ex mujeres que reclaman, hijos de la casualidad y amantes que sólo llenan momentos.

Cuando ya nadie puede acompañarlo y su camino se cierra, sólo el recuerdo de  la militancia política en los setenta, el sueño de ser un gran pintor y las cartas de sus antiguas amantes, logran aún ilusionarlo.

La Espera Infinita no sólo es una novela bellísima escrita desde el corazón y la inteligencia, sino una obra ineludible que retrata con talento y elegancia esta época  “light”, globalizante, dramática, en la que todos, como El Tipo, estamos cautivos.

 

María Fernanda Ojea, “CUATRO X CUATRO”, Bs. As., Octubre-2001

 


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