Sobre "LAS TUMBAS"


En esta campaña neumática los reclusos reconstruyen la pirámide social sobre su elemento primitivo, la fuerza. A ella se adhieren el prestigio, el dinero. Si el resultado parece una caricatura más que un reflejo de la sociedad externa, es sólo porque están suprimidas las mediciones innecesarias, las fábulas piadosas. En este mundo no hay casi más salida que el tránsito de víctima a victimario a través de una larga carrera de simulación y sometimiento. Solamente los mejores vislumbran otro horizonte: la delincuencia violenta que aparece purificadora porque inconscientemente apunta al corazón del mal, una sociedad putrefacta que encierra niños en campos de concentración. Los mecanismos narrativos de Medina no difieren quizá de los que el Pollo descubrió cuando trataba de contarle a su amigo Martínez cómo era el mundo. Esos mecanismos crean su propia retórica pero la retórica se disuelve frente a la brutalidad de los hechos. Entonces el lenguaje balbuceante se vuelve al mismo tiempo preciso, y esa confluencia produce los mejores momentos de un testimonio vigoroso y sorprendente sobre una categoría de presos sociales.

Rodolfo Walsh, LA OPINIÓN, 8-VIII-1972 Buenos Aires, Agosto de 1972


Ahora lo leo. Por fin. Y si le digo que cuando me lo dieron en la casa de Yitrík, y abrí el paquete, y le pasé la mano por encima como si fuera el lomo de un alazán, créame. Uno ya no puede mentir. Yo ya no puedo exagerar. Ni eso. Y fue un trote que se fue haciendo galope la lectura de su libro. Muy buena andadura tiene. Y a uno lo exige porque es un animal magro, sin nada de grasa. Descarnado, le diría. Como que su cuerpo –me parece- responde a lo mejor de su intención: descarnado, despiadado. Sobre todo frente a una literatura (la argentina) tan adiposa, inflada o empastada en crema. "Bella", según creen o se lo han dicho los de la " crítica administrativa". Y no porque todo eso implica nada menos que un rechazo no ya de la literatura y de los libros, sino de una cultura, de una visión del mundo, de una cotidianidad, de una manera de ser. Por eso me llama la atención la cantidad de ediciones que ha hecho. Gentes que lo han leído, y no a través de los canales consabidos y más o menos eclesiásticos. Lo que me hace pensar que "no todo está podrido en Dinamarca". Que el país –nuestro país- tiene los suficientes anticuerpos como para seguir apostando por él. Ojalá. Pero más acá de todas esas especulaciones (de las mías, quiero decirle); y más allí –su cabe- de mis recuerdos más o menos borrosos; está su libro: entero, penetrante, muy ágil, cabalmente legítimo tanto por su talante como por su idioma, sus figuras y sus escenarios. Ineludible: me hace acordar a la estatua de Leandro Alem que va cayendo hacia el bajo de Maipú: crispada, frontal, muy agresiva, al filo del hueso, filosa y ósea quiero decirle. Si usted me permite: su espíritu –si cabe- es su osatura. Su significado (si también me permite) se superpone exactamente a sus significantes. Lo contrario –como se dice- resultaría "sobreescritura". Esto es, lo adiposo o lo enclenque. Y su trabajo, en su veloz andadura se mantiene siempre al filo: muy preciso, equilibrado, sagaz en su economía de recursos, de manera que la violencia resulta efecto con causa y no arbitrariedad o petardismo facilongo.

David Viñas, México, Abril de 1983


Si a “La ciudad y los perros” pudo encontrársele sin mucho apremio  sus antecedentes – esos demonios no personales, sino culturales, que diría el propio Vargas Llosa-, con cuánta mayor razón a esta novela, aparecida a ya varios años de la del escritor peruano, se le va a señalar una filiación inmediata: precisamente con Vargas Llosa. Y no obstante sus indudables afinidades – el mismo mundo narrativo, el mismo marco escénico (allí un colegio militar, aquí un reformatorio), la misma atmósfera, las mismas experiencias, etc.- creemos que “Las tumbas” mantiene rasgos que, sin serles privativos, la hacen obra singular. El desenfado con que ha sido escrita, la falta de ambiciones “literarias” – y, por ende, su segura espontaneidad- no son notas que la acerquen a una obra que, como “La ciudad y los perros”, obedece a una intencionalidad más manifiesta y a pretensiones, pretensiones y logros, de evidente gravitación estética.

El relato apunta hacia la conformación de un mundo concentracionario que, en su despliegue, recoge los determinantes de la realidad que en sí mismo configura como reflejo y necesario resultado. Lo que se patentiza inherente al sector definido del mundo narrado, es patrimonio de esferas de la realidad que el relato casi no toca, o toca apenas, pero que, sin embargo, son los que lo sostienen y explican.

Circunscrita la anécdota al acontecer vital de un grupo de muchachos encerrados en un reformatorio, y en distintas proporciones marginados por sus familias, ella se abre a significaciones que justamente tienen como objetivo el desentrañamiento de lo monstruoso que impera en una organización social maleada y que asegura con decisión la misma deformidad que dice combatir. Y como cauce expresivo de lo que constituye la médula de la visión propuesta, el lenguaje: duro, cruel, brutal. Un lenguaje que se hace, entonces, en su léxico, en su distorsión sintáctica, en su rudeza fónica, funcional al mundo representado. Si tanta recargazón de voces fuertes hiere, es porque la realidad misma que las provoca también hiere. No hay eufemismo alguno en nada: sin retoque y afeites, todo se ofrece descarnado, sanguinolento, maloliente. Pareciera de este modo que el instrumento verbal se hace transparente para acercarnos así, de manera más inmediata y directa, a los niveles que apremian por presentársenos.

Novela ante la cual creemos que se polarizaran los lectores: o un repudio total desde la perspectiva de aquellos que sostienen la necesidad de una muy estricta reelaboración en el arte, o la aceptación entusiasta de quienes postulan un aproximarse sin tapujos de ninguna especie a lo visto y a lo vivido, tal como lo vive y lo ve quien a sido victima del sistema a que denuncia sin necesidad del panfleto, pero con un “yo acuso” implícito y eficaz. Sí: eficaz, pues nadie podrá de reconocer en el relato la mostración de la violencia que impera en modalidades de la estructura social, destrozadas éticamente en su misma base.

Lo sórdido –cabalmente traducido en el lunfardo bonaerense, que no es patrimonio de muchachos, claro esta, pero que en ellos alcanza sus expresiones mas acusadas y crudas-, impera en cada página. Lo implacable de su presencia encuentra respiro tan sólo en el humor, utilizado por Medina con doble finalidad: mantenerse siempre fiel a lo representado –donde lo cruel estalla a veces en la carcajada- y como alivio para esa tensión constante que si no se le dejara algún escape aplastaría al lector con su peso insoportable.

No creemos que “Las tumbas” haya sido escrita por su autor con pretensiones de figurar en las páginas de la historia literaria de Argentina, pero sin duda encontrará el éxito que toda obra de denuncia y de carácter autobiográfico alcanza, cuando esta escrita con la sinceridad y la sencillez de ésta. De apasionante lectura la presencia en ella de lo testimonial, unido a la configuración de una imagen de la injusticia entronizada a todo nivel en la realidad social – que no sólo permite sino que alienta la existencia de violentos con poder y de sumisos “integrados”-, hace de “Las tumbas” uno de esos libros que aseguran la continuidad de la lectura de todas sus páginas, no obstante la repugnancia que provoca lo que ellas cuentan.

Marcelo Coddou, Madrid, LA ESTAFETA LITERARIA,15-01-1973


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