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Reportaje a
Fernanda García Lao Por
Laura Mantel
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¿Qué opina sobre el panorama
del teatro nacional actual? Es llamativa la
cantidad de obras que se estrenan. Si se tomara como
referencia el número, uno pensaría que está frente a un
fenómeno. Pero desafortunadamente, el arte no es una
variable numérica. Conviven mediocridades, espíritus
anacrónicos, narcisos, intelectualoides de pacotilla y
propuestas de una furia y una potencia insólitas en otros
lugares. De todo abunda, excepto público. El circuito
teatral se alimenta de sí mismo. Hay una gran mayoría
ausente. Los medios de comunicación, atareados en engordar
la estupidez humana, sólo registran modas o escandaletes.
Por otro lado, el teatro siempre estará al borde del
precipicio. Ahí radica su encanto. El teatrista es siempre
más interesante cuanto menos laureles reciba. Mantener una
posición de poder debilita sus contradicciones, sus
preguntas. El teatrista publicitado no hace teatro. Hace
sociales.
¿Qué significa hacer teatro independiente?
Cuál es la diferencia entre teatro independiente,
underground y off? ¿Está relacionada con las posibilidades
económicas o de producción, es una decisión ideológica o
una elección con respecto al circuito de distribución.? ¿Estar
en la periferia condiciona la producción teatral o la
beneficia? No me parece relevante definir a quienes
están fuera del circuito comercial con un nombre
específico, pero prefiero el ambiguo término “independiente”.
Aunque, en cualquier caso, la independencia es un
imposible. El teatro depende de cientos de cosas. El que
no depende de nadie, es uno.
Estar afuera tiene que ver con que lo que está
“adentro” es, la mayor parte de las veces, absurdo,
demagógico, parcial, trillado. Si bien, el teatro
independiente no es sinónimo de calidad, sino de orfandad,
no me hace gracia, ni me tranquiliza, sentir que
pertenezco a los desclasados. Preferiría que lo más
difundido fuera lo más interesante. Que la gente
desbordara las boleterías. Que se leyera y se pensara y se
pateara el tablero. Y que los mediocres con sus
“productos” pasaran a ser los que padecen las trabas con
las que uno se encuentra a la hora de mostrar lo que hace.
Qué sentido tiene ensayar durante un año y medio para
mostrar a actores, dramaturgos, directores, estudiantes y
a tu abuelo que no ve tres en un burro.
Creo que los grupos independientes deberían unirse
para confrontar a la prensa. Ser capaces de organizar
festivales independientes o jornadas sin esperar a ser
convocados. Sin difusión, el teatro independiente, se
limita a ser visto por los mismos espectadores, los
doscientos que van a todo lo que se estrena. Corremos el
riesgo de convertirnos en un club social.
¿Qué
opina de los directores actuales? Me cuesta opinar
sobre el conjunto. Creo que hay directores que trabajan
como en el siglo diecinueve. Psicologistas. Textuales.
Limitados. Por otro lado, hay una importante cantidad de
nuevos directores, que a la vez son dramaturgos, o actores
devenidos en directores, que buscan y no siempre
encuentran. Dentro de los cuales me incluyo. Por último,
creadores con una visión estética, poética, actoral y
discursiva personal, hay muy pocos. De momento, me acuerdo
de uno. Bartís.
¿Con respecto a la dramaturgia
actual, cree que hay búsquedas y puntos en común? ¿Hay
actores como referentes? No creo en las búsquedas
colectivas. Ni en la dramaturgia ni en ninguna otra
disciplina artística. Creo que el proceso creador es
intransferible. No me gustan las imitaciones ni las
escuelas, sí creo en la formación, pero me gustan los
caminos menos transitados. Me parece impensable adherir a
ningún decálogo, movimiento o pater amantísimo que
legalice mis propuestas. Prefiero equivocarme a esperar
una mirada cómplice que me tranquilice. Sí creo que los
actores modifican, o deberían, a los dramaturgos y a sus
textos. No porque uno escriba para fulanito, sino porque
sin actores la dramaturgia no es teatro.
¿Hay
lugar para la dramaturgia actual en el ámbito oficial,
interesa llegar a ocupar esos espacios? Lo oficial
me huele a podrido. Suena a ejército. No me interesa
alistarme. Las subvenciones, que parecen un buen invento,
son la misericordia de los burócratas para con el pobre
hacedor de teatro. Tienen un afán ordenador, clasificador
y evaluativo. Pero quién es el responsable de administrar
el dinero publico, destinado a las arcas vacías de los
grupos independientes. Generalmente, un idiota. Por otro
lado, estrenar en grandes teatros no forma parte de mis
expectativas como dramaturga, directora o actriz. No me
gustan los telones ni las dicroicas ni las alfombras. Sí
me gustan los baños del San Martín. Eso sí.
¿Cuál
es el espectador ideal para el cuál trabaja? No
trabajo pensando en los resultados. Trabajo para la obra,
para los actores, para el espacio, para la palabra. No
pretendo un espectador ideal, sólo uno de carne y hueso
dispuesto a presenciar un acontecimiento irrevocable,
creado por otro. Me gusta la distancia. Por otro lado, no
espero causar un discurso uniforme, ni un estado
determinado. Prefiero una lectura múltiple, dispar. No soy
responsable del espectador. No creo en la pedagogía. No
voy a enseñar nada. Odio el teatro con inquietudes
metateatrales. Sociales. Sicológicas. Me parece ingenuo.
Sólo pienso en el espectador cuando lo veo sentado en su
butaca, expectante. Me gusta mirarlos a la cara. Pero
jamás cambiaría una sola línea por la reacción de nadie.
Sí por la dinámica interna de la obra.
¿Cómo es
el trabajo con el director de su obra? En el caso
puntual de “La mirada horrible”, la relación con Laura
Aprá tuvo varias aristas. Por una lado, desde mi rol de
dramaturga y por otro desde mi función como actriz.
Comenzamos a trabajar improvisando juntas. Algunos textos
míos en torno al deseo de muerte, concretamente dos
cuentos: Diálogo Pelirrojo y El huevo, fueron puntos de
partida en cuanto al territorio poético. Si bien no fueron,
ni mucho menos, los únicos disparadores. Una vez
delimitado el mundo y el vínculo de los personajes,
escribí un primer boceto de los momentos, de la columna
vertebral sobre la cual íbamos a movernos. Era una
estructura dinámica, susceptible a cambios, que se fue
enriqueciendo y ampliando con los sucesivos ensayos.
Después descubrimos que sin dirección estábamos perdidas y
que el personaje que hacía Laura requería de una actriz
mucho mayor que ella para darle sentido a su discurso. “La
mirada horrible” no fue concebida en mi computadora, si
bien cada palabra fue escrita por mí. Fue producto de
nuestro trabajo en el espacio y estuvo muy alerta en
cuanto al tono “literario”. Una vez que el texto fue
encarnado, intenté desentenderme de él. Olvidar que era
mío y criticarlo. Laura asumió el rol de dirección,
reinterpretando el texto y multiplicando sentidos.
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