Nota "La Nación"
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La Nación

Entrevista en Suplemento de Cultura

Escribe: Verónica Chiaravalli

Un oscuro pasado sin memoria

La primera novela de un joven dramaturgo

Para ellos Evita es apenas un capricho de Hollywood, un vestidito floreado sobre el cuerpo musculoso de Madonna, una canción sensiblera derramada como miel sobre un enjambre de extras, desde el balcón de Menem. No vivieron la utopía de la revolución ni quieren cambiar el mundo. No tienen tácticas ni estrategias, porque no les calienta la sangre el fragor de la lucha por unos ideales chamuscados y ajenos.

Creen que el mundo, como ellos, tiene veinte años.

Los personajes que Ignacio Apolo creó para Memoria Falsa (Atlántida), su primera novela, recientemente editada, hablan con la voz de una nueva generación. “Los que tenemos veintisiete años o menos somos el resultado de un trauma histórico –explica el autor–. Hemos surgido de un pasado del que no guardamos memoria, sino apenas una sombrea oscura, una sensación de miedo.”

Egresado de la carrera de letras, autor y director de teatro, Ignacio Apolo obtuvo el año último la mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes por su obra Ángeles. Ese mismo año, Memoria Falsa le permitió conquistar el Premio Proyección. El teatro y la narrativa de Apolo reivindican el derecho de su generación de cortar sin remordimientos el cordón umbilical con aquella vieja juventud: “Quienes ahora tienen alrededor de cuarenta años suelen reprocharnos el hecho de no haber continuado la lucha política e ideológica que, supuestamente, nos legaron. Nos acusan de generación derrotada. , cuando en realidad no hemos librado ninguna de las batallas que sí libraron ellos”.

“Los intelectuales creen que el joven debe ser siempre el reflejo de aquellos jóvenes que lo precedieron en otra época histórica –continúa–. Sin embargo, lo importante es escuchar qué es lo que esta generación piensa y dice, en lugar de señalar con índice en algo lo que debería pensar o decir. La diferencia principal que tenemos con aquella generación es que nosotros carecemos de un marco teórico para referirnos a lo que puede estar ocurriendo en estos momentos política e ideológicamente. Ya la palabra lucha pertenece al paradigma de los años setenta, con lo cual podría afirmar que, planteado en esos términos, ellos tienen razón: nuestra generación no tiene ninguna lucha”.

Memoria Falsa es la danza ciega de cuatro personajes en torno de una ausencia con nombre de mujer. La acción se dispara en el preciso instante en que ese cuerpo ausente, dibujado sólo en la evocación de los otros, desaparece. Como un arañazo certero que rasga el encaje y hace trizas la porcelana, la desaparición de Soledad arrastra consigo las vidas inmóviles de quienes la rodean.

Pero a pesar de que la búsqueda lleva a estos personajes a cruzar sus destinos una y otra vez, nunca se produce un encuentro verdadero. El contacto no va más allá del roce físico, casi compulsivo, entre seres solitarios que giran en su propia órbita. “Este libro intenta contribuir a la unión de dos generaciones tratando de evitar los reclamos y reproches mutuos”, señala Apolo.

Los personajes de Memoria Falsa pueden hablar una jerga adolescente, sudar apretujado en un recital de Los Caballeros de la Quema o entregarse a la melancolía amorosa de las notas de una bella canción de U2, sin que estos alardes de juventud –dice el autor­– espanten a los lectores de más de treinta. “En la primera página del libro uno de los protagonistas dice: el tano Cicero me contaba el velorio de Evita. Un lector que vivió esa época sabe de qué se está hablando y, con este libro, tiene la oportunidad de conocer qué conclusiones saca sobre ese tiempo una generación posterior. Por supuesto: las referencias al rock seguramente se le escaparán, pero podrá entrar en un territorio que le está prohibido o que él mismo se prohibe”.

“Este tipo de barreras intergeneracionales se encuentra particularmente en nuestro país –reflexiona Apolo–. En los barcitos que hay en algunos pueblos al sur de Barcelona, la gente baila en la vereda y los de quince se mezclan con los de cincuenta, sin prejuicios. Acá, en cambio, elaboramos este rigor desde lo más doméstico (mamá es una señora y se queda en casa; yo, que soy adolescente, salgo de noche), hasta lo ideológico: yo, que hice la revolución, no me puedo acercar a vos, que sos un abrojo arrojado a la calle, siempre tomando cerveza, o que sos un estúpido que se pasa el día escuchando la FM”.

Según Apolo, esta brecha generacional hace sentir el frío de su abismo especialmente en el ámbito de las actividades artísticas: “Hay una generación de creadores que está faltando y esto se hace evidente en el ámbito teatral: el problema de los autores jóvenes es que no encuentran directores porque, además, los tiempos de maduración de un autor y de un director de teatro no suelen coincidir, Entonces están los viejos, los de la escuela de los años sesenta y setenta, y nosotros, los autores de los noventa. En el medio, nada”.

Ojos modelados por la estética crispada del videoclip, una mirada fraguada en el vértigo candente de los medios de comunicación masiva, ¿quiénes son estos jóvenes de fin de milenio que no parecen tener causa ni rebeldía? Apolo ensaya alguna respuesta: “Nuestra generación no tienen un sentimiento de pertenencia a nada. Ni siquiera el mundo se nos presenta hoy como algo propio, excepto por la Internet, que nos pone en contacto con cualquier punto del planeta”.

En esta suerte de caída libre de los iconos juveniles, hasta el rock, eterno gurú de las juventudes de cualquier latitud, parece haber perdido su poder de convocatoria, disuelto en un cocoliche muy años noventa. “La mayoría de los adolescentes no tiene una identidad musical definida: escuchan cualquier cosa que difundan las FM. Y la comunicación con la radio tiene también algo de mescolanza impune: quemo a mi amiga con fulano, pido una transa para esta noche y pásame un tema de Enrique Iglesias.”

Ajenos al diagnóstico de Ignacio Apolo. Los personajes de sus textos siguen tocándose apenas, buscando su lugar. Marcando, sin proponérselo, la huella de una generación en un tiempo sin dioses.


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