| Esteban No hablo de eso. Hablo de esto: (toma el retrato de Isabel) fotos en blanco y negro, ropa antigua. La gente de esa época no parece gente. ¿Usted sabe que yo me imagino ese tiempo en blanco y negro? Los árboles negros, la ropa negra, o blanca, o gris. Los ríos grises. El cielo, gris. Es como si no hubiera habido colores. Julio Sin embargo, los colores nunca fueron tan nítidos, tan firmes, para mí, como en aquella época. Los verdes olían, los azules refrescaban, los rojos vibraban. Esteban ¿Se da cuenta de que nunca escuché la voz de Isabel, yo? Y la voz es como la cara. No, es más que la cara, la cara cambia. Bueno, la voz también cambia, pero es, es como el alma la voz, tío. Si uno no le conoce la voz a una persona no le conoce el alma. Y yo no conocí la voz de Isabel. Julio Era cristalina. Era cálida, y fresca, al mismo tiempo. (ensimismado, habla de Isabel, ya no de su voz, tomando el retrato de ella) Era tan linda. Esteban ¿Tenía linda voz? Mirá vos. Nunca la vi como una persona. No lo tome a mal, tío, para mí, ella, va a ser lo mismo mañana muerta que hoy viva. Julio Increíble. Esteban ¿Sabe qué? Uno puede recordar más o menos bien a una persona, puede incluso confundir fechas, lugares, anécdotas. Uno puede olvidarse completamente de alguien pero en cualquier momento algo, póngale una música, un olor, algo, le trae a esa persona otra vez frente a sus narices. Y uno la ve como si nunca la hubiera olvidado. Lo que no se puede es inventar lo que uno no conoció. No se puede inventar una mirada, una sonrisa, una voz. Pasa como con los bebés: uno no puede inventar la cara de los bebés antes de que nazcan. No lo tome a mal, tío, pero para mí Isabel nunca nació. |
E-mail: jiserralunga@argentores.org.ar Espacio cedido por ARGENTORES |