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De la autora:
Bajo el agua, por un momento, cambio el orden de las
cosas.
Bajo el agua no hay dolores, no hay futuro, ni padres, ni madres.
Abajo del agua no hay reproches, no hay hambre, no hay sed, ni malos
entendidos. Abajo del agua otro es el dominio. No hay familia, ni
teléfonos.
Sólo se sueña con peces de colores.
Hasta las vejigas son natatorias.
En el agua no hay colesterol bueno o malo. En el agua no hay gula, ni
anorexias. No hay histeria.
Bajo el agua hay igualdad.
Cada cual es dueño de su espacio. No hay multitudes. Sólo
manifestaciones de cardúmenes.
No hay insultos, ni golpes.
Ni dulce, ni amargo. Un mismo peso. Bajo el agua no hay edades.
El papel cotiza diferente.
El tiempo cotiza diferente.
La gordura no pesa. El débil no lo es tanto.
Nadan los martillos y los pilotos. Los espadas y los cofres. Hasta los
voladores nadan.
Los lentos se hacen rápidos y los rápidos nos tranquilizamos porque da
lo mismo.
No hay arrugas. Y no hay paredes ni biombos divisorios. Somos todos
vecinos.
Y no hay autos.
Ni correo electrónico.
Tampoco hay camas.
Pero hay mucho sexo, húmedo, blando, exuberante. Despreocupado. Más
libre y generoso.
Debajo del agua son otras las creencias.
Branquias educadas que sólo respiran libertad.
El agua me penetró generosa por los poros taponados de carroña y
egoísmo. Sentí un dulce sonido de tormenta que cuchicheaba por el fondo
del mar. Los labios se humectaron, la epidermis se relajó todo lo que
pudo, el corazón latió, las mandíbulas dejaron de ser cemento, la lengua
se agrandó y por un único instante fui feliz.
De Planeta Tierra,
2004, Farriols |