|
|
Desde
muy pequeño le preocupaba el qué dirán. No hacía nada sin pensar antes qué
podían opinar sus padres, alguna tía, un vecino o la maestra. Fue creciendo
con la certidumbre de que su existencia dependía más de la opinión ajena que
de la propia. Su vida tenía sentido sólo en la medida en que fuera aprobada
por los demás. Los juicios de compañeros de estudio, novias y personas con
autoridad modificaban sus estados de ánimo hasta extremos increíbles. Y a tal
punto llegó su sometimiento al juicio ajeno que, ya siendo adulto, comenzó a
creer que toda manifestación de los otros se refería inevitablemente a su
persona. Una noche, en una reunión, alguien dijo "Qué calor que
hace" y él lo insultó. De vacaciones en una playa, agredió a un vendedor
ambulante porque le gritó "¡Calentito
los pancho!". En cierta oportunidad que caminaba por la calle, un chico de
unos seis años lo miró y se rió; tuvieron que sacárselo de las manos para
que no lo matara. Por
estar pendiente de la mirada ajena, fue perdiendo su capacidad de visión.
Observando las reacciones de los demás disminuyeron en grado sumo sus propios
reflejos y reacciones. Escuchando las otras voces se fue apagando la suya. Y de
tanto vivir al acecho del qué dirán se quedo sin nada para decir. |
|
E-mail: Rtalesnik@argentores.org.ar Espacio cedido por ARGENTORES |