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"Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto (...)" Franz Kafka. ¿Animal de alguna clase? ¿Pasible de clasificación? ¿Cómo conjugar en la extensión de un nombre, un universo animal y un pie que se hincha? En Zooedipous convive lo heterogéneo . Las preguntas infinitas frente a la infinita ausencia de respuestas, al menos, unívocas. Hay algunas cosas que se pueden decir: Existe Edipo. El trasfondo de la tragedia está. Presentes, Layo y Yocasta, progenitores de Edipo. La ceguera, manifiesta en una venda que le cubre los ojos. Muerte y oráculos, también hay. Otro universo se conjura con éste. Uno zoológico, donde coexisten animales vivos y cadáveres, imaginarios y reales. Entre Edipo, personaje mítico, y Kafka, autor, aquí devenido personaje, una compleja trama entreteje esta historia. El Edipo de Sófocles tematiza el sufrimiento simple y puro del hombre, que no tiene una explicación humana posible. Allí se pone de manifiesto la consecuencia del "ser hombre" independiente de sus aciertos o de sus fracasos. La crueldad de la vida, llevada al extremo en la tragedia de Edipo, es inexplicable para nuestra ignorancia pero no es caótica, puesto que existe un orden que acaba por imponerse y que termina siendo reconocido por el mismo héroe, que debe descifrar el sentido último de su propio enigma. Lo trágico para Sófocles es la imposibilidad de evitar el dolor: presenta el momento en que el hombre se maldice a sí mismo, se exilia, se acusa de causar la peste que sofoca al pueblo e ignora que todo lo sentenciado pesará sobre él. Cuando la tragedia comienza, todo ya ha sucedido, sólo se trata de que lo oculto salga a la luz. Y cuando sale, ni Edipo, ni el Destino son absueltos, ni condenados... Un Edipo de dioses ausentes En Zooedipous no parece haber un orden reconocible como unidad, de la cual los fragmentos, producto del estallido de algo, en algún lugar, hayan, alguna vez, formado parte. Lo religioso está absolutamente borrado, no hay dioses a los cuales remitirse. El oráculo, vocero de Apolo, o Tiresias, el adivino, son reemplazados por un cadáver de gallina sacado de una olla. Si en la tragedia clásica se explicitaba la condición desvalida del hombre y la inseguridad humana, éstas tenían su correlato religioso en un sentimiento de hostilidad divino. El temor que sentían los griegos frente a la contaminación se ligaba a la vaguedad con que ésta se les imponía. No podían atribuirle una causa. Los motivos operaban con "despiadada indiferencia" para su entendimiento. En Zooedipous no puede hablarse de hostilidad de los dioses, puesto que no los hay. Sin embargo, se mantiene la imposibilidad de atribuirles causas a los hechos. Las cosas suceden y permanecen inexplicables Pero detrás de esa ignorancia humana no hay un orden divino, ni siquiera hostil, que constituya razones en alguna parte. En la Grecia Arcaica, la autoridad del padre equivalía a la del rey. El hijo no tenía derechos, solamente deberes y era definitiva su dependencia de un poder arbitrario. Cuando la autoridad del padre evoluciona y se transforma del "Yo lo mando" al "Debe ser" se instituye la ley. Se construye un lugar donde hay causas y consecuencias que, al menos, son relativamente legibles. En la puesta del Periférico, de los nombres propios con los que los personajes cargan, surgen las letras para escribir la palabra "LEY" . Pero ¿quién determina qué es ley? ¿Layo? que "duerme con el uniforme puesto, testimonio del poder al que está sometido" . Evidentemente, no. Aunque dé muestras menores de poderío, como el establecimiento de normas para comer, aunque sea el primero en emitir sonidos no articulados o en aplastar un insecto contra el piso, nada más puede. Son gestos inútiles. No puede retener a Yocasta, no puede contra el manipulador cuando ambos buscan al Edipo que está dentro de la bolsa, no puede mirar el encuentro amoroso entre Edipo y Yocasta. Ni Yocasta, ni Edipo determinan qué es ley. Ellos se debaten desesperadamente ante los manipuladores en una lucha en la que, finalmente, es obvio, serán vencidos. La ley es una palabra proyectada en la pared, que se borra fácilmente cuando se apaga la luz. ¿Una tragedia posible? Para que una tragedia pueda denominarse como tal, hay elementos que no pueden estar ausentes. Una parte constitutiva de su estructura interna es la metabolé , transformación o cambio. Cuando la acción es compleja, hay dos procedimientos para estructurarla: Peripecia , giro total en la acción, en general, de la fortuna a la desgracia, que en el Edipo de Sófocles es clave y absolutamente evidente, y la anagnórisis, o reconocimiento, que es el momento en que algo desconocido se revela como conocido o una verdad oculta se descubre. En Zooedipous el cambio de fortuna puede pensarse, metafóricamente, como un cambio de forma, una metamorfosis. No es el Edipo antropomórfico el que se acuesta con Yocasta. A diferencia de la tragedia griega este devenir animal no conlleva una caída en desgracia. Devenir no implica progreso ni regreso. No interesan los términos que se fijan, sino el propio devenir. No hay un orden jerárquico en las transformaciones. Ni evolución, ni involución. Hay, sí, multiplicidad. Y el desconocer el lugar del límite que ¿separa? lo animal y lo humano. Para el Edipo clásico, la anagnórisis tenía el carácter de declaración. La verdad tenía un soporte lingüístico. Revelarla era decir lo que no se sabía. Aquí , el reconocimiento se da a través de un gesto zoológico: Layo olfatea la bolsa que envuelve a Edipo, a Edipo después y a Yocasta. De ese modo establece las relaciones entre ambos. Para que haya tragedia tiene que haber distancia. Algún dios/unidad que determine los cambios de fortuna y los reconocimientos. La ignorancia frente al propio devenir y la inaccesibilidad del destino. En la puesta del Periférico, es Edipo el que enuncia su propia biografía. Presenta a sus progenitores y se presenta a sí mismo. Enmarca el relato. Más tarde el enunciador se pierde y la pregunta que surge es desde qué lugar se construye la historia. Los marcos se van desdibujando ¿Tragedia de quién? Edipo nunca estuvo en posesión del imperio que fue antes de Layo... ¿Devenir enigma? No hay Edipo Rey sin enigma. Es el juego de Apolo que tiene que ver con los signos. Las predicciones siempre tienen un conocimiento escabroso del futuro. El que puede resolver el enigma que se le presenta, da sentido a las visiones del adivino y pone de manifiesto el pasaje de la esfera divina a la humana. La palabra revelada como enigmática da cuenta de su procedencia. Es oscura porque proviene del dios. Para que haya enigma tiene que haber una verdad a develar. Zooedipous tiene la apariencia del enigma, la presentación ambigua, la conjunción de contrarios que no logran condensarse en la unidad del dios que ya no está detrás. Pero ya no son palabras oscuras que remiten a un dios incomprensible. En Zooedipous el enigma de Edipo no tiene respuesta en ningún lugar. Nada para develar. Silencio detrás del silencio. O música detrás. Si la tragedia se construía sobre el enigma de la filiación, aquí Edipo sabe que Layo es su padre. Sabe también quién es Yocasta. La puesta hace un doble esfuerzo: para establecer los lazos de filiación (aceptar un Edipo con los rasgos de Kafka) y para transgredirlos. ¿Cómo puede un padre tiranizar a un hijo si lo abandona de recién nacido? El hijo, tiranizado, no abandonado, para vengarse, decide ocupar su lugar. No aparece, entonces, la interrogación sobre el origen. Hay una familia sentada a la mesa. Hay un retrato de familia, que veremos oscurecerse de insectos y enterrarse. Y, sin embargo, el saber no es garantía de nada, ni puede modificar el final. Hay ocultamientos y sustituciones, pero devenir enigma no es lo mismo que serlo. Para que haya enigma tiene que haber memoria. Un lugar donde se fije una respuesta, una pregunta que pueda repetirse. Una contradicción que pueda mantenerse. "El devenir es una antimemoria" Sin memoria, la tragedia no tiene lugar. Mónica Berman. Referencias 1 Jaeger, Warner Paideia 2 Dodds, E. Los griegos y lo irracional 3 Dodds 4 Deleuze, Guattari Mil mesetas 5 Colli, G. El nacimiento de la filosofía 6 Deleuze, Guattari
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