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EL
PROFETA
Cuando
pregunté la hora en que llegaría el profeta me
hablaron en tiempo futuro. Una
bolsa de lluvia roja, un café de sombras blancas, una
silla impecablemente lustrada y
un músico klezmer que tocaba en el medio de la plaza: eso
quería que le regalaran. Mi
infancia se precipita entre gestos inolvidables y
en los patios de la memoria hay una extraña fragancia que
lo evoca. Todos
le hicieron sitio al profeta que llegó para su cumpleaños. Medía
con su escuadra celestial las miradas y sus estallidos. Nos
hablaba sin hablar caminando como un equilibrista por
los cables negros de la ciudad. Unos
enormes zapatos azules, una camisa a rayas, una kipá y
para sorpresa de todos no tenía barba. En
el barrio lo recibieron con canciones y
los músicos klezmer le tocaban al oído para animarlo a bailar. Todos
sabíamos que si bailaba el mundo iba a mejorar. Todos
sabíamos que la tierra prometida quedaba aquí nomás. Qué
tiempos aquellos cuando venía el profeta entre
gestos inolvidables un
café de sombras blancas una
silla impecablemente lustrada y
la música klezmer viajando para llegar hasta acá. Te
acordás? |
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