Cuerpos visibles
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Ponencia leída en el Encuentro de Mujeres de Iberoamérica en las Artes Escénicas en el marco del Festival Internacional de Teatro de Cádiz - España - 1999

Cuerpos visibles   /   Territorios sitiados

Un territorio sitiado conforma un adentro y un afuera.

¿Cómo derribar ese muro, si no es a través de la creación?

El discurso humano  que necesita definir todo, no cesa de llenarse de palabras vacías o de imágenes para referirse a la supuesta esencia de la femineidad. Por esto, todo cuerpo femenino es una zona de riesgo,  ya que exige un enorme trabajo psíquico para una mujer formar parte y   participar de la cultura en que vive, sin someterse a los moldes prefabricados. Sin traicionar una forma de saber que esta relacionada primordialmente con lo intuitivo, lo lunar y mutante, como portavoces de un conocimiento perenne.   Podría decirse que el conocimiento que adquiere mediante la intuición , llega por vía directa, sin  intervención del pensamiento consciente. Y esto vuelve a este saber facilmente cuestionable porque no hay pruebas, ni mapas que muestren el itinerario seguido por la razón, para llegar al mismo. Y si  intentara explicar, conceptualizar, aquello que para ella misma resulta inexplicable, utilizando las estructuras del pensamiento dominante, se ubica en un lugar ambiguo, poco convincente, en donde se  acentúa lo irracional, pero no como un saber diferente, sino como representación de ignorancia y estructura psíquica caótica.

El cuerpo de la mujer es un misterio, por todo lo que nace y habita dentro de ella. Y por que no acaba en lo que se ve. Sigue hacia adentro, ilimitado. Y la  imposibilidad de aprehenderlo, origina  intentos de sitio desde los  sistemas del poder,  ya que en el imaginario colectivo,  nunca se lo puede terminar de conocer en forma acabada. Y así,  siempre deja instalada una duda.

A lo largo de la historia, se ha vivido a la mujer como una máquina de engaño. Y muchas veces  su  escasa visibilidad  sólo llegaba al primer plano, a partir de sus aspectos mas enigmáticos, y sintomáticos, como en el caso de la histeria, donde el saber científico, pretendía objetivarla. Los síntomas desconcertaban a los que se esforzaban por organizarlos según un ordenamiento de lógica médica.  Y  ese desconcierto ponía de manifiesto que las teorías que creían saber que hacer con su cuerpo transitado de preguntas , podían decir todo, menos una cosa, la verdad del síntoma. Se trataba de domesticarlo, pero una y otra vez,  en esa pretensión de decir qué es una mujer, el enigma se hacia presente. Visible en el cuerpo.

Desde otro enfoque,  el cuerpo femenino desde los orígenes de los tiempos siempre ha cultivado una conexión transcendente y empática con la madre naturaleza. La magia de la mujer y la magia de la tierra son similares. Están intimamente  emparentadas. Ambas son personificaciónes de la energía que da nacimiento a las formas y las alimenta.  Y esta notable relación  con el  poder natural también ha generado recelos y perplejidad,  instaurando identificaciones  prejuiciosas  entre los territorios de la mujer visionaria y los submundos demoniacos.

La Tierra, Gaia, percibida como una metáfora de lo femenino,  también se encuentra asediada por la ciencia, que cada vez más la violenta y  somete a sus experimentos, para arrancarle una supuesta verdad, que le permita salir de la duda y  no tener que enfrentarse a una mística, que escapa a toda racionalidad.

En las regiones de  la literatura, las palabras impregnadas de normas y significaciones manipuladoras, han ido bloqueando al cuerpo, quitándole  posibilidad de movimiento,  de espontaneidad.  Limitándolo a imágenes estereotipadas. A repeticiones de muecas gastadas.

Pero es interesante concientizar como todo texto, -trama de signos-, conlleva  el potencial de articular metáforas que a su vez desarticulen o liberen el cuerpo, o territorio femenino. Corriendo la significación. Desabrochando las suposiciones sobre lo que una mujer es. Creando una vibración que rompa la alianza entre esos signos, los identificados con el discurso imperante y  los relacionados a las señas del cuerpo de la mujer. La desobediencia y la rebeldía siempre han sido un poderoso motor para la creación.

La producción de un lenguaje metafórico posibilita esa vibración. Ese desacomodamiento. Y torna los cuerpos visibles, desde una mirada no contaminada ni condicionada. La metáfora libera la multiplicidad de sentidos. Abre una caja de resonancias en la propia subjetividad. Y permite que la comprensión se abra  a varios niveles, simultaneamente.

Y es ahí donde el cuerpo habitado se deja ver. Se deja ver para reconocerse. Decide ignorar los propios bordes, para descubrir lo que lo multiplica. Avanza. Quiebra el aislamiento. El cuerpo sabe más de lo que sabe. Y sus ojos han visto más de lo que recuerdan.   Rompe el pacto de invisibilidad: “Veo que todos ven que soy invisible”. Escapa al rito doméstico. Pretende para sí un destino heroico. Sabiendo que “el viaje del héroe”, con sus hazañas metafísicas y  anhelos de trascendencia, de asumir la propia divinidad, lo que se invoca  en los relatos míticos como “la elevada aventura del alma”, han sido siempre espacios negados para la mujer. Discursos silenciados. Durante siglos se la ha inmovilizado. Para emprender la búsqueda visionaria. Para poder internarse en la selva oscura de la experiencia original.  Inhabilitada para enfrentarse a las grandes pruebas existenciales, y así dar a luz un nuevo cuerpo de posibilidades en el campo de la  experiencia humana. 

La mitología  es  esencialmente un lenguaje metafórico.

Y la aventura heroica es esencialmente la aventura de estar vivo.

Travesía interna que lleva a la individuación. Donde lo primordial se hace visible. Y donde es necesario romper la identidad con el afuera para poder así sostenerse en  el enigma, en la  pregunta  sobre el propio ser.

Ubicado bajo la luz, un cuerpo pálido y vulnerable ofrece su manojo de cenizas.  Su instransferible  punto de vista de la historia.


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