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Mi
infancia se me aparece como un espacio feliz. El sitio en que el juego se
instala en mi vida para siempre. Para siempre jugar a...
Tengo
la rara certeza de ser mirada, querida, festejada. La escuelita de Flores: una
casa de ladrillos en Caracas y Rivadavia, la terraza de mi casa, mis amigas. Una
fiesta interminable. Buena alumna, no por traga sino porque me sale fácil. Un
poco liera, pero no demasiado.
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Leerlo
todo. Aún cuando no sabía leer. Los libros de Salgari y sobre todo una lectura
que me va a marcar para siempre: “Alicia en el país de las maravillas”.
Quizás es porque yo, en esa Argentina del ´50 creía estar en el país de las
maravillas.
Claro
que no lo estaba. Pero eso lo supe más tarde. Quizás demasiado tarde, porque
ese “estado maravilla” es ya una marca de origen.
Nadando
por las aguas deliciosas de aquellos años me veo comiendo higos de la higuera
de mis primos en Vicente López. Me veo escribiendo mi primer poema que me salió
con manchones de tinta.
Mi
mamá quería una hija pianista: a los cuatro años ya estaba tocando Bach.
Clases
de inglés, de declamación, clases de magia. Escuchaba óperas en la vieja
radio de mi abuelo vienés.
Me
enamoré de James Dean y tapicé mi habitación con sus fotos.
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En
la plaza donde iba a jugar todos los días, el gobierno peronista había puesto
un cartel que decía: “En la nueva Argentina los únicos privilegiados son los
niños”. Ostentaba ese slogan como una consigna frente a mis padres que eran
antiperonistas.
La
radio era un ritual en la cocina. Lorenza, mi niñera, y yo nos reíamos con Niní
Marshall, sufríamos con las aventuras de Tarzán y bailábamos con el Glostora
Tango Club.
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Los
fifty, tan yanquis, tan muñequitos de torta, tan cursis,
me pusieron vestiditos voladores
en los cumpleaños donde ser rubia y de ojos celestes era una carta ganadora en
un país racista como éste.
Yo,
como Alicia en el país de las maravillas, hice de todo sentido una falta de
sentido; de toda solemnidad, un ardid; de todo discurso del
poder, una parodia irreverente. Y Alicia, todavía en el 2000, sigue siendo mi
heroína. Como ella suelo hacerme trampas cuando
juego al croquet conmigo misma. |

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