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Pasé
entre 1976 y 1983 en Madrid. Y retorné a esa misma ciudad entre 1988 hasta
1993. Sumando,
he pasado 12 años de mi vida en Europa, y digo en Europa y no sólo en España
porque, si bien mi casa estaba en Madrid, no sólo trabajé y publiqué en España
sino que tuve el privilegio de ser traducida y estrenada en Italia, Alemania,
Suecia, Holanda, Inglaterra y Suiza.
Mi
vida en España tuvo distintos momentos: llegar casi huyendo del estado
dictatorial que se vivía en la Argentina. Llegar sin trabajo, sin dinero y sin
contactos iniciales me expuso a la dureza propia de quien tiene que buscar
desesperadamente trabajo, un modo de sustentarse la vida.
Afortunadamente,
en poco tiempo con un grupo de gente de distintos quehaceres ligados al teatro
(actuación, trabajo vocal, entrenamiento corporal y dramaturgia) logramos abrir
el Centro de Estudios Teatrales, que tuvo muy buena acogida en Madrid. Esa
escuela de teatro, me permitió desarrollar una actividad docente muy
estimulante ya que el intercambio con las nuevas generaciones de teatristas españoles
era una propuesta muy atractiva.
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Años
de viajes algo desordenados, porque ni bien podía, me escapaba en un autito
bastante desvencijado que había logrado adquirir, a conocer Europa. París,
Roma, el Sur y el Norte de España, Alemania. Mi sed de conocer se había
desatado y las distancias me parecían pequeñas comparadas con los largos
tramos de Argentina.
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Mis
contactos en Alemania fueron quizás los más sólidos y afectivos, ya que tuve
oportunidad de formar parte de Theater- Und Mediengesellschaft Lateinamerika
e.V. Hedda Kage, Haidrum Adler,
Katty Rotger fueron mi base y mi contacto para conocer a Ray Guide Mertin,
agente literaria de primera línea
que propuso la traducción de mis novelas “Para que se cumplan todos
tus deseos” y “Mater erótica” a
dos editoriales alemanas. También
comencé a estrenar mis obras teatrales en Alemania y esa experiencia me llevó
a confrontarme con un público y una crítica de las más exigentes del mundo,
ya que Alemania es, sin duda, junto con Inglaterra, el país más sólido en
materia teatral.
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Me
di cuenta de que mi teatro padecía de restricciones implícitas: pocos
personajes, una sola escenografía. Esto llamaba la atención de los grandes
teatros alemanes, que disponían de fondos para montajes con muchos personajes,
más de una escenografía, propuestas de producción sin restricciones
presupuestarias. Creo que, recién ahí, tomé conciencia de que los autores
argentinos vivimos encorsetados por esa restricción que nos obliga a un
imaginario siempre llevado a pensar en textos con pocos personajes y pocos
cambios escenográficos.
¿Cómo
sería mi teatro sin esa restricción?¿Cómo sería el teatro de mis colegas en
la Argentina sin esa restricción?
Debo aceptar que muchas veces el despliegue de personajes y de múltiples
escenarios era banal y hasta ostentoso, pero también sentí el impacto de
sociedades que apuestan a su cultura, que apuestan a sus artistas, a la
trascendencia de su cultura, en contraste con mi país en el que uno debe hacer
todo a pulmón.
Volver
en 1981 para participar del primer ciclo de Teatro Abierto, presupuso para mí
un tremendo contraste. Pero la riqueza de esa experiencia, con la que comienzan
los ochenta para mí, tuvo un impacto definitivo en mi historia profesional.
Teatro
Abierto fue algo más que una experiencia teatral, trascendió los límites del
fenómeno específico para transformarse en un hecho de significaciones múltiples
que agilizó y ayudó sin duda a la caída de la censura en la Argentina, que
hasta 1983 estaría todavía bajo la Dictadura Militar.
Para
quien se ha ido una vez y ha sentido el impacto de la traducción, la publicación
y la puesta en escena en otras lenguas, la apertura es enorme. Lo que estaba
circunscrito a una experiencia local, se transformó en internacional. Y esa
internacionalización fue una base sólida que aún persiste.
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Quizás
por eso después de intentar insertarme en el gobierno democrático del
Presidente Alfonsín, que había despertado, no sólo en mí sino en mucha
gente, enormes expectativas, cuando sobrevino la hiperinflación opté por
volver a irme.
Esta
vez fue una opción más confortable, había vivido siete años fuera del país
y ya tenía obras estrenadas y libros publicados en Europa.
A
veces siento que nunca volveré del todo y que tampoco me iré del todo, como si
la marca de ese largo y productivo periodo de 12 años fuera de la Argentina me
hubiese signado definitivamente.
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